Domingo 4 de Cuaresma

SALMO RESPONSORIAL (Sal 22, l-3a. 3b-4. 5. 6)

El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar, 
me conduce hacia fuentes tranquilas 
y repara mis fuerzas. 

R. El Señor es mi pastor, nada me falta

Me guía por el sendero justo, 
por el honor de su nombre. 
Aunque camine por cañadas oscuras, 
nada temo, porque tú vas conmigo
tu vara y tu cayado me sosiegan. R.

Preparas una mesa ante mí, 
enfrente de mis enemigos; 
me unges la cabeza con perfume, 
y mi copa rebosa. R.

Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, 
y habitaré en la casa del Señor por años sin término. R.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (Ef 5, 8-14 )

Hermanos: En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz -toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz-, buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien denunciadlas. Pues hasta da vergüenza mencionar las cosas que ellos hacen a escondidas. Pero la luz, denunciándolas, las pone al descubierto, y todo lo descubierto es luz. Por eso dice: «Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz.» Palabra de Dios.

Lectura del santo evangelio según san Juan (Jn 9, 1-9.13-17.34-38)

 

En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento.

[Y sus discípulos le preguntaron:

-Maestro, ¿quién pecó: éste o sus padres, para que naciera ciego?

Jesús contestó:

-Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras es de día tengo que hacer las obras del que me ha enviado: viene la noche y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo.

Dicho esto,] escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y le dijo:

-Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado).

El fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban:

-¿No es ése el que se sentaba a pedir?

Unos decían:

-El mismo.

Otros decían:

-No es él, pero se le parece.

El respondía:

-Soy yo.

[Y le preguntaban:

-¿Y cómo se te han abierto los ojos?

El contestó:

-Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé y empecé a ver.

Le preguntaron:

-¿Dónde está él?

Contestó:

-No sé.]

Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. (Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos.) También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista.

El les contestó:

-Me puso barro en los ojos, me lavé y veo.

Algunos de los fariseos comentaban:

-Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.

Otros replicaban:

-¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?

Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego:

-Y tú ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?

El contestó:

-Que es un profeta.

[Pero los judíos no se creyeron que aquél había sido ciego y había recibido la vista, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron:

-¿Es éste vuestro hijo, de quien decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?

Sus padres contestaron:

-Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo ve ahora, no lo sabemos nosotros, y quién le ha abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos. Preguntádselo a él, que es mayor y puede explicarse.

Sus padres respondieron así porque tenían miedo a los judíos: porque los judíos ya habían acordado excluir de la sinagoga a quien reconociera a Jesús por Mesías. Por eso sus padres dijeron: «Ya es mayor, preguntádselo a él.»

Llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron:

-Confiésalo ante Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador.

Contestó él:

-Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo.

Le preguntan de nuevo:

-¿Qué te hizo, cómo te abrió los ojos?

Les contestó:

-Os lo he dicho ya, y no me habéis hecho caso: ¿para qué queréis oírlo otra vez?, ¿también vosotros queréis haceros discípulos suyos?

Ellos lo llenaron de improperios y le dijeron:

-Discípulo de ése lo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ése no sabemos de dónde viene.

Replicó él:

-Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis de dónde viene, y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es religioso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento, si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder.]

Le replicaron:

-Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?

Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo:

-¿Crees tú en el Hijo del hombre?

El contestó:

-¿Y quién es, Señor, para que crea en él?

Jesús le dijo:

-Lo estás viendo: el que te está hablando ése es.

El dijo:

-Creo, Señor.

Y se postró ante él.

[Dijo Jesús:

-Para un juicio he venido, yo a este mundo: para que los que no ven, vean, y los que ven, se queden ciegos.

Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le preguntaron:

-¿También nosotros estamos ciegos?

Jesús les contestó:

-Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís que veis, vuestro pecado persiste.]

 

 

La figura del ciego de nacimiento es muy instructiva en el camino cuaresmal al acentuar dos elementos que nos desbrozan la ruta: la conversión que desemboca en la fe y el bautismo; por eso, desde la antigüedad, la Iglesia ha leído el evangelio de la curación del ciego en la catequesis bautismal, en el domingo de los segundos escrutinios. Para llegar a la Pascua con el corazón purificado, con la alegría de una vida renovada, debemos reconocer nuestra lejanía respecto de la voluntad divina y reaccionar firme y humildemente para regresar siempre que veamos que nos hemos apartado del itinerario correcto y de lo que Dios espera y quiere de nosotros. Así, poco o mucho, cambiará algún aspecto de nuestra vida y de nuestra actuación o, al menos, nos hará﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽ quiere de nosotros. Yuestra actuacis apartado del itinerario correcto y de lo que Dios espera y quiere de nosotros. Yá desear este cambio. El evangelio del ciego de nacimiento pone ante nuestra mirada una serie de reacciones que revelan diversas posturas ante la llamada del Señor a la conversión: el ciego, los discípulos, los vecinos y conocidos, los padres del ciego, los fariseos… Un mismo acontecimiento suscita respuestas y comportamientos opuestos. La fe del ciego curado es la que tendríamos que desear todos cuantos queremos ser transformados por Dios.

            El encuentro con el ciego provoca una serie de reacciones ante el problema del dolor humano, relacionado en última instancia con el problema del mal. Antiguamente estaba muy extendida la idea de que las enfermedades eran castigos por los pecados. El pecado podía ser castigado en los descendientes e incluso había algunos rabinos que sostenían que, en previsión de los pecados que el individuo cometería en el futuro, Dios ya lo castigaba en el presente o inclusive al nacer, de ahí la curiosa pregunta de los discípulos sobre quién pecó, si él o sus padres. Jesús no se pierde en especulaciones, sino que se acerca al ciego y lo cura. La ceguera y la curación del pobre mendigo es, en todo caso, un signo de la presencia del Reino de Dios entre nosotros. Recientemente, hemos tenido la oportunidad de alegrarnos con la canonización de Santa Teresa de Calcuta. Ella, como Jesús, no se puso a especular sobre el mal y sus razones, sino que actuó acercándose a quienes más sufrían para compartir y aliviar sus dolores. A las tradicionales preguntas de: ¿por qué lo permite Dios?, ¿qué he hecho yo para merecer esto?, ¿acaso Dios se ha olvidado de nosotros? Santa Teresa no perdió el tiempo en lamentaciones estériles y respondió con un gran amor hacia los más desfavorecidos, gastando su vida por ellos, amando y dando gloria a Dios al servirlo en los pobres más pobres. Y como ella, también muchas otras personas a lo largo de la historia han actuado de la misma manera. Cuando vemos sufrir a un hermano nuestro, ¿pasamos de largo?, ¿decimos que es su problema?, ¿actuamos como los padres del ciego que, para sacarse las pulgas de encima, decían que él ya era mayor y que podía dar explicaciones?, ¿o bien nos acercamos y nos comprometemos para dar un poco de luz? Quizás no podamos dar la vista a un ciego, pero seguramente, si actuamos con amor y bondad, ayudaremos a la gente a ver el amor que Dios tiene por nosotros.

            El ciego curado realiza un proceso de crecimiento en la fe, que acaba con una confesión ante el propio Jesucristo. Reconocer a Jesucristo y dar testimonio de Él le lleva a ser expulsado de la sinagoga. Seguir a Jesús nos da una gran felicidad, pero en más de una ocasión podrá causar conflictos con el mundo que nos rodea, ya que éste sigue otros criterios. Los hay que tienen miedo o sienten vergüenza y en determinados ambientes ocultan su condición de cristianos. «No está bien visto», «no nos entenderán», «quizás se rían». ¿Y qué?, ¿para qué estamos los cristianos en este mundo, para iluminar o para la luz con el humo de los silencios cómplices? Recordemos las palabras de Jesús: «A quien me reconozca ante los hombres, también yo le reconoceré ante mi Padre; a quien se avergüence de mí ante los hombres, también yo me avergonzaré de él ante mi Padre». Cultivemos y alimentemos nuestra fe en Jesucristo; leamos, oremos, meditemos y estudiemos para que nuestra relación con Él sea cada día más profunda. Imitemos el ejemplo del ciego de nacimiento, que ganó una doble visión, física y espiritual, y no tuvo miedo de confesar a Jesucristo. Seamos testigos de Cristo; si de veras tenemos fe, entonces irradiémosla.

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