CATEQUESIS

7. Ama a tu prójimo

¿Conoces alguien que tenga la piel de un color diferente a la tuya? En algunos lugares la mayor parte de la gente tiene la piel de color moreno o negro. En otros países, casi todo el mundo la tiene de color blanco o amarillo. Nacemos así. Si tu piel es de un color diferente a la piel de otros, ¿quiere decir esto que tú eres mejor que ellos? ¿Qué opinas? Si escuchamos a Jesucristo, nuestro Maestro, seremos bondadosos con todo el mundo. No importa de dónde sea una persona ni de cómo es el color de su piel. Hemos de amar a todo el mundo, porque Jesús nos lo ha enseñado.

Un día, un judío hizo a Jesús una pregunta difícil. Creía que Jesús no sabría la respuesta. Le preguntó: Maestro, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna? Esta era una pregunta fácil para el Maestro. Pero, en lugar de contestarla Él mismo, Jesús le preguntó al hombre: ¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees? El hombre respondió: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu pensamiento, y amarás a tu prójimo como a ti mismo. Jesús le dijo: Has respondido bien: haz esto y vivirás.

Pero aquel hombre no quería amar a todo el mundo, por esto intentó buscar una excusa y preguntó a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo a quien debo amar? Seguramente, aquel hombre pretendía que Jesús le dijera: Tus amigos y la gente que te quiere son tu prójimo. Pero, ¿y los demás? ¿y los que no son tan amigos? ¿Son también nuestro prójimo?

Jesús le contestó con una parábola. Se trataba de la historia de un judío y un samaritano:

Un hombre, que era judío, iba por el camino que baja de Jerusalén a Jericó. A medio camino, cayó en manos de unos bandoleros que lo asaltaron, lo apalearon y le robaron todo lo que tenía, dejándolo abandonado y malherido. Al cabo de un rato, pasó por aquel lugar un sacerdote que, al verlo, pasó de largo por el otro lado del camino. También un levita, un servidor del templo de Jerusalén, que pasó por aquel lugar, hizo lo mismo que el sacerdote. Finalmente, pasó por allí un samaritano. Los samaritanos y los judíos se odiaban y no se podían ni ver, ya que eran enemigos.

Cuando aquel samaritano vio al judío caído en el suelo y malherido, sintió compasión, lo tomó en brazos y le curó las heridas con aceite y vino, le puso vendas y lo montó en su asno. llegaron a un mesón y, al irse al día siguiente, el samaritano dio dos monedas al mesonero junto con este encargo: «Ocúpate de él y si gastas algo más  yo te lo pagaré cuando vuelva a pasar.

Al acabar la historia, Jesús preguntó al hombre con quién hablaba: ¿Cuál de estos tres te parece que se comportó como prójimo del hombre que cayó en manos de los bandoleros? El hombre contestó: Aquél que lo trató con amor. Jesús le respondió: Ve, y haz tú lo mismo. Puedes leer esta historia tan aleccionadora en Lucas 10, 25-37.

¡Qué parábola tan sabia! Nos enseña claramente quién es nuestro prójimo. No es únicamente aquel amigo o aquella amiga, no es sólo nuestro vecino. Nuestro prójimo es todo el mundo: los amigos y los que no son tan amigos, los que viven en nuestro país y los extranjeros, los blancos y los negros, los que piensan igual y los que piensan diferente. Has de amar y ayudar a todo el mundo, has compartir tus cosas con quien lo necesite y no tener manía a nadie, tal como hizo el buen samaritano.

6. La obediencia te ayuda a crecer

¿Te gustaría poder hacer siempre lo que quieres? ¿Hay veces en que te gustaría que nadie te dijera lo que debes hacer? Si eres sincero, me dirás que sí. Pero, ¿qué es lo mejor para ti? ¿Es mejor hacer todo lo que te venga en gana en lugar de obedecer a tu padre o a tu madre? Dios nos dice que debemos obedecer a nuestros padres,  tiene que haber, pues, un buen motivo para ello. Vamos a ver si podemos saber cuál es.

¿Cuántos años tienes? ¿Sabes cuantos años tiene tu padre? ¿Y tu madre? Ellos han vivido más tiempo que tú. Mientras más vive una persona, dispone de más tiempo para aprender cosas. Escucha más cosas, ve más cosas y hace más cosas cada año que pasa. Por eso, los niños pueden aprender de los mayores. ¿Crees tú que sería lógico tener como profesor en el colegio a un niño o una niña de tu edad o todavía más pequeños?

¿Quién ha vivido más que tú y yo y que cualquier persona o que todas las personas de la Tierra juntas? Dios, Nuestro Señor. Él sabe más que tú y que yo. Cuando nos dice que algo es bueno para nosotros, podemos estar seguros de que tiene razón. Si hacemos lo que Él nos dice, eso nos protegerá y nos ayudará a crecer. Por lo tanto, siempre debemos obedecer Dios, porque Él quiere nuestro bien. ¿Qué dice Dios a los niños? Leamos lo que escribe el apóstol San Pablo en la Carta a los Efesios: Hijos, obedeced a vuestros padres como es justo que lo hagan los creyentes. «Honra a tu padre y a tu madre»; tal es el primer mandamiento, que lleva consigo una promesa, a saber: «para que seas feliz y goces de larga vida en la tierra» (Efesios 6, 1-3).

¿Qué significa "honrar" a tu padre y a tu madre? Significa que debes respetarlos. Debes escucharlos y hacer lo que te dicen sin quejarte. Dios te promete que, si lo haces, serás feliz.

Yo sé la historia de unas personas que se salvaron de morir porque fueron obedientes. Es la historia del profeta Jonás. Jesús la debía explicar muchas veces a los niños, ¿quieres oírla?

Hace muchos siglos, había una ciudad muy grande llamada Nínive. Era una ciudad muy rica, pero sus habitantes se habían olvidado de Dios y cometían muchos pecados. Dios vio que las cosas no podían continuar así y pensó en la posibilidad de destruir la ciudad; pero, antes de hacerlo, decidió dar todavía otra oportunidad a los ninivitas para ver si se convertían de su maldad. Por eso envió al profeta Jonás a Nínive a predicar en su nombre. Jonás no quiso ir. Tenía miedo de que lo recibieran mal. Pensó: «Como son tan malos, que Dios los castigue, ¡bien se lo merecen!». Para olvidarse del encargo del Señor se embarcó hacia Tarsis, otra ciudad importante de aquella época. Pero mientras el barco navegaba, Dios envió una tormenta que amenazaba con hundir la nave. Los marineros se preguntaban quién podía haber ofendido Dios para que se hubiera descargado una tormenta como aquella. Jonás comprendió que por culpa suya había venido el temporal; lo explicó todo a los marineros y les pidió que lo echaran al mar. Nada más caer Jonás al agua se calmó la tormenta. Para salvarlo de la muerte, Dios envió un gran cetáceo que engulló  a Jonás. Tres días y tres noches pasó en profeta en el vientre del cetáceo orando y pidiendo perdón a Dios por su desobediencia. En su oración, Jonás prometió al Señor cumplir su voluntad. Al tercer día, el cetáceo lanzó a Jonás en una playa.

Una vez libre, Jonás se dirigió a Nínive a cumplir el encargo de Dios. al llegar A Nínive, Jonás predicó que si sus habitantes no se arrepentían de sus pecados y cambiaban de vida, Dios destruiría la ciudad al cabo de cuarenta días. Los habitantes de Nínive quedaron impresionados por las palabras de Jonás y reconocieron que habían vivido muy apartados de Dios. El rey de Nínive promulgó una ley en la que se ordenaba a todos los habitantes ayunar, hacer penitencia y rezar para pedir perdón a Dios. Desde aquel día, los ninivitas se volvieron hacia Dios y procuraron hacer el bien a todo el mundo, llevando una vida religiosa. El Señor vio que el arrepentimiento de los ninivitas era sincero y que de veras querían cambiar de vida, por lo que decidió perdonarles y salvar la ciudad. Fíjate bien en esta doble lección:

Jonás al principio tuvo miedo y desobedeció. Si hubiera sido obediente, habría creído que Dios lo enviaba para el bien de los ninivitas y habría confiado en el éxito de su misión, como así fue cuando se decidió a cumplir el encargo del Señor. Si tú te fías de Dios, te sorprenderás de las cosas que podrás llegar a hacer y que nunca hubieras imaginado.

Al obedecer el mandato de Dios, que les recomendaba volver al camino recto, los ninivitas se salvaron de la destrucción. En realidad, Dios amaba mucho aquella ciudad y no quería que le ocurriera mal alguno, pero antes deseaba que su gente cambiara de actitud.

¿Quién te dice: que seas obediente a tus padres? Es Dios. Recuerda: te lo dice porque te ama de verdad.

5. Jesús, nuestro Maestro, vino al mundo para servir

¿Estás contento cuando alguien hace algo por ti? Bien, a la mayoría de las personas les gusta mucho que los demás hagan algo por ellas. A todos nos gusta. El Maestro lo sabía y por eso siempre estaba ayudando a los demás. En una ocasión dijo: Yo no he venido para que me sirvan, sino para servir (Mateo 20, 28). Entonces, si queremos ser como Jesús, ¿qué debemos hacer? Debemos servir a los demás. Debemos ayudarles y hacer el bien para ellos.

Es verdad que muchas personas no actúan así. Más bien, la mayor parte de la gente quiere ser servida. Al principio, también los discípulos de Jesús pensaban y actuaban de este modo. Cada cual quería ser el más importante. Dado que eso no estaba bien, Jesús, la noche antes de morir, les dio una lección que nunca olvidarían.

Antes de sentarse a mesa para la cena de Pascua, Jesús tomó un barreño con agua y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con una toalla. ¡Imagínate qué sorpresa se llevaron los discípulos!: lavar los pies era un trabajo de esclavos y ¡era… el Maestro quién lo hacía! ¿Cómo crees que se deberían sentir los discípulos tras discutir quién era el más importante de ellos?

Hoy ya no es costumbre lavarnos los pies unos a otros, pero era muy común hacerlo en la época de Jesús. ¿Sabes por qué? Porque en aquel tiempo, la gente iba con sandalias y se ensuciaba los pies con el polvo, ya que los caminos eran de tierra. Por tanto, se trataba de un gesto de bondad y delicadeza lavar los pies de la persona que venía a casa de visita.

En aquella ocasión, ni uno solo de los discípulos se ofreció para lavar los pies de los demás, así que tuvo que hacerlo el mismo Jesús. Al lavarles los pies, Jesús les enseñó una lección muy importante que necesitaban aprender. Es una lección que nosotros también debemos aprender hoy.

El Maestro les enseñó que quería que sus discípulos se sirvieran y se ayudaran unos a otros. No quería que pensaran solamente en ellos mismos. No quería que se imaginaran que eran tan importantes hasta el punto que los demás siempre tendrían que estar a su servicio. Quería que estuvieran bien dispuestos a servir los demás.

¡Qué lección tan hermosa! ¿Serás tú también como tu Maestro Jesús y servirás a los demás? Todos podemos hacer algo para el bien de los demás. No es difícil servir a otras personas; si lo procuras, verás que hay muchas cosas que puedes hacer por ellas.

Piensa por un momento: ¿Hay algo que puedas hacer por ayudar a tu madre? Tú sabes que ella hace muchas cosas por ti y por los demás miembros de la familia. ¿Puedes ayudarla? ¿Por qué no se lo preguntas? ¿Tienes otros hermanos a quienes puedas servir? Recuerda que Jesucristo, nuestro Maestro, sirvió a sus apóstoles. Al servir a tus hermanos, estás copiando lo que hacía Jesús.

También en la escuela puedes servir y ayudar a otras personas. A veces nos encontramos con personas a quienes ayudamos y no nos lo agradecen. ¿Crees que por eso debemos dejar de hacer el bien? ¡Claro que no! Muchas personas tampoco le dieron las gracias a Jesús por muchas cosas buenas que Él hizo, pero no por eso dejó de obrar el bien.

4. Éste es mi Hijo

Todos tenemos padre y madre. Cuando un niño o una niña hacen las cosas bien hechas, su padre y su madre se sienten satisfechos y les gusta decir a los demás: Éste es mi hijo o ésta es mi hija. Jesús siempre hacía lo que agradaba al Padre celestial. Por eso el Padre se complace en Él. Dios mismo habló desde el cielo para decir a los hombres, mientras mostraba a Jesús: Éste es mi Hijo amado en quien me complazco (Mateo 3, 17).

Jesucristo amaba de veras a Dios Padre, que le había confiado una misión muy importante: la de redimirnos del pecado y darnos ejemplo de vida. Para realizar esta misión, el Hijo de Dios tenía que venir hasta nosotros y nacer como un niño en la Tierra. El Hijo de Dios quería hacerlo, porque era la voluntad de su Padre del cielo.

Para poder nacer como un niño, el Hijo de Dios debía tener una madre. ¿Sabes quién fue? Su nombre es María. Dios envió al arcángel Gabriel a Nazaret, dónde vivía María para comunicarle la buena noticia de que había sido elegida para ser la madre del Mesías de Dios. María estaba prometida con José el carpintero, un hombre justo y bueno. el arcángel Gabriel anunció a María que tendría un Hijo y que se llamaría Jesús, que significa Salvador. ¿Y quién sería el padre de este niño?, ¿sería José? No, porque todavía María y José no vivían juntos. El Padre de aquel niño sería el mismo Dios. Por esta razón, Jesucristo es Hijo de Dios desde siempre y también desde que nació en la Tierra. ¿Qué crees tú que pensó María de todo esto? ¿dijo quizás: "Yo no quiero hacerlo"?, ¿dijo: "Yo no quiero ser la madre de Jesús"? No, María estaba dispuesta a hacer la voluntad de Dios, y dijo al ángel: Soy la sierva del Señor, que se haga en mí según tu palabra. Por eso María se alegraba de creer en Dios y de obedecer su voluntad.

Pero, ¿como podía hacer Dios que su Hijo, que habitaba con Él en el cielo, naciera como un niño en la tierra? No hay nadie más poderoso que Dios. Él puede obrar cosas que nadie más puede hacer. Por eso Dios hizo que el Espíritu Santo fecundara a María y pusiera en su vientre la vida de su Hijo. Jesús empezó a crecer igual que otros niños crecen en las entrañas de sus madres (Lucas 1, 26-38). Poco después, María se casó con José, que aceptó ser el padre legal de Jesús (Mateo 1, 18-25).

Fue pasando el tiempo y llegó el momento en qué Jesús tenía que nacer. Jesús nació en Belén de Judá. José y María habían ido allá para empadronarse tal y como había ordenado el emperador de Roma, Augusto. Aquellos días Belén estaba lleno de gente y no encontraron sitio en la posada. Se refugiaron en un establo y allí nació Jesús.

Sucedieron hechos muy emocionantes la noche en que Jesús nació. Cerca de Belén un ángel se apareció a unos pastores y les anunció que había nacido el Mesías que esperaban. Les dijo: No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será también para todo el pueblo: Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Mesías, el Señor (Lucas 2, 10-11).

 Los pastores quisieron ir a ver Jesús y se dirigieron hacia Belén. Cuando llegaron al establo y adoraron al niño, explicaron a María y José todas las maravillas que habían escuchado de aquel niño. María y José estaban muy agradecidos a Dios. ¿Puedes imaginarte lo feliz que debía sentirse María por haber estado dispuesta a ser la madre de Jesús?

Más tarde, María, José y el niño Jesús, después de un tiempo de vivir en Belén y en Egipto, adonde habían huido para escapar de la persecución del rey Herodes, regresaron al pueblo de Nazaret. Allí creció Jesús. Cuando tenía unos treinta años, empezó de enseñar y predicar el Evangelio por los caminos y por los pueblos. Eso formaba parte de su misión.

Tres años más tarde, Jesús y tres de sus discípulos -Pedro, Santiago y Juan- subieron a una montaña alta. ¿Y sabes qué sucedió? Mientras los tres amigos contemplaban a Jesús en oración, vieron como sus vestidos se pusieron a brillar y toda su persona se volvió de un blanco fulgurante. Entonces se oyó la voz del Padre del cielo que decía: Este es mi Hijo amado. Dios estaba contento de su Hijo (Marcos 9, 2-8).

Tú y yo también queremos que Dios esté contento de nosotros, ¿verdad que sí? Entonces debemos manifestar que escuchamos Dios de veras, como lo hicieron Jesucristo y su Madre, María. Dios nos habla a través de lo que Jesús nos ha predicado y la Iglesia nos enseña. No estaría bien hacer ver que escuchamos Dios si después no seguimos sus enseñanzas. Recuerda que no nos será difícil agradar a Dios si lo amamos de verdad. 

 

3. El Creador de todas las cosas

Yo sé algo maravilloso. ¿Quieres saberlo tú también? Mira tu mano. Mueve los dedos. Ahora coge un objeto cualquiera. Tu mano puede hacer muchas cosas, y las puede hacer bien. ¿Sabes quién hizo la mano? La hizo Dios.

Ahora mira la cara de tu compañero o de tu hermano. ¿Qué ves? Estás viendo su boca, su nariz y sus ojos. ¿Como puedes verlos? Con tus ojos. ¿Y quién hizo los ojos? Los hizo Dios. ¿Verdad que es maravilloso que Dios haya hecho cosas tan hermosas y tan útiles?

Tú puedes ver muchas cosas con tus ojos. Puedes mirar las flores. Puedes ver los pájaros. Puedes mirar la hierba verde y el cielo azul. Pero, ¿quién hizo estas cosas? ¿Las hizo un hombre? No. Los hombres pueden hacer una casa o una máquina, pero no hay ningún hombre que sea capaz de hacer la hierba que crece en los prados. Los hombres no pueden hacer de la nada un pájaro, ni una flor, ni nada que viva. ¿Lo sabías?

Dios es quien ha hecho todas las cosas. Dios ha hecho el cielo y la tierra. También ha hecho al ser humano. Dios ha creado al hombre y la mujer. Jesús, nuestro Maestro, así nos lo ha enseñado (puedes ver Mateo 19, 4-6).

¿Como sabía Jesucristo que Dios había hecho el mundo y había creado al hombre y la mujer? Porque Él estaba con Dios cuando hizo la creación. Dios creó todas las cosas por medio de Jesucristo, su Hijo amado. El Hijo es la Palabra de Dios y su mismo pensamiento. Por eso Jesucristo es Dios de Dios: Al principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra era una soledad caótica y las tinieblas cubrían el abismo, mientras el espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas. Y dijo Dios: «Que exista la luz». Y la luz existió (Génesis 1, 1-3). Y el Evangelista Juan nos dice: Al principio ya existía la Palabra. La Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Ya al principio ella estaba junto a Dios. Todo fue hecho por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto llegó a existir. En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres (Juan 1, 1-4).

La Biblia nos explica que Dios dijo: Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza (Génesis 1, 26). ¿Sabes a quién hablaba Dios? Hablaba a su Hijo, el que más tarde vino a la Tierra, se hizo hombre y fue nuestro Maestro. Dice "nuestra" porqué Dios Padre y su Hijo son una sola cosa. El Hijo es la viva imagen del Padre, por eso Dios creó al ser humano a imagen de su Hijo. ¿No te parece maravilloso pensar que cada persona ha sido creada por Dios a imagen de Jesucristo?

Todo lo que Dios ha hecho nos muestra su amor. Dios ha hecho el Sol. El Sol nos da luz y calor. Todo sería frío y no habría vida en la Tierra si no fuera por el Sol. Dios también nos da la lluvia. Puede que a veces no te guste la lluvia, porque cuando llueve no puedes salir a la calle o al patio a jugar. Pero la lluvia ayuda a las plantas y a las flores a crecer.

Cuando vemos flores hermosas, ¿a quién debemos dar gracias? A Dios, naturalmente. Y ¿a quién debemos dar gracias cuando comemos verduras y frutas sabrosas? Debemos dar gracias a Dios, porque, con el Sol y la lluvia, Él hace que crezcan. ¡Qué bueno es Dios al crear todas estas maravillas para nosotros!

¿Sabes dónde está Dios? La Biblia nos dice que Dios vive en el cielo. ¿Puedes ver a Dios? No. La Biblia dice: No podrás ver mi cara, porque quien la ve no puede continuar viviendo (Éxodo 33, 20). Pero, si no puedes ver a Dios, ¿como sabes que de verdad hay un solo Dios? ¿Puedes ver el viento? No, nadie puede ver el viento. Pero puedes ver las cosas que hace el viento. Puedes ver como se mueven las hojas de un árbol cuando el viento sopla entre las ramas. Por eso crees que existe el viento.

También puedes ver las cosas que Dios ha hecho. Cuando ves una flor viva o un pájaro vivo, pero, sobre todo, cuando te ves a ti mismo y a las personas que aman a los demás, estás viendo algo que Dios ha hecho. Por eso puedes creer que de verdad hay un Dios.

¡Qué bueno es sentirse vivo! Podemos oír los bellos cantos de los pájaros. Podemos ver las flores y todo lo demás que Dios ha hecho. Y podemos comer los alimentos que Dios nos da. Por todas estas cosas hemos de dar gracias a Dios. Ante todo, hemos de darle gracias por el don de la vida. Si de veras estamos agradecidos a Dios, haremos lo siguiente: escucharemos su palabra y le adoraremos. Así podremos manifestar que amamos a Aquél que ha hecho todas las cosas.

 

2. Una carta de Dios

¿Qué clase de libro te gusta más? Algunos niños responderán que los libros de aventuras, o los cómics, o los que hablan de animales, o los que tienen muchos dibujos… Te lo puedes pasar muy bien leyendo estos libros. Pero los mejores libros del mundo son los que nos dicen la verdad sobre Dios. Y uno de estos libros es más valioso que todos los demás. ¿Sabes cuál es? Es la Biblia.

¿Por qué la Biblia es tan importante? Porque viene de Dios. Nos habla de las cosas buenas que Dios ha hecho y hará por nosotros y nos enseña lo que nosotros tenemos que hacer para agradar a Dios.

No creas que Dios ha escrito la Biblia en el cielo y la ha dado después a los hombres tal y como la tenemos. Dios inspiró el pensamiento de unos hombres que Él eligió para que escribieran y les fue revelando su mensaje a través de la historia del pueblo de Israel. Por eso, la Biblia, tal como la tenemos ahora, es fruto de largos años de historia, de plegaria, de reflexión y de fidelidad de Dios.

Cuando Jesús, nuestro Maestro, vivió en la Tierra, ya se había escrito una gran parte de la Biblia, el Antiguo Testamento. Jesús también había leído la Biblia; cuando hablaba a la gente sobre las obras de Dios, a veces citaba de memoria frases del Antiguo Testamento. Al cabo de un tiempo de volver al cielo, los discípulos de Jesús pusieron por escrito las enseñanzas y las obras del Maestro, los frutos de la predicación de los apóstoles y escribieron cartas para animar la fe de las primeras iglesias que iban naciendo en muchas ciudades. Apareció así la segunda parte de la Biblia, muy importante para nosotros, los cristianos: se trata del Nuevo Testamento.

La Biblia se escribió en hebreo, arameo y griego. La mayor parte de la gente no sabe estos idiomas; por esta razón, la Biblia ha sido traducida a muchas lenguas, y por eso es la carta de Dios dirigida a personas de todo el mundo.

Lo que la Biblia dice es muy importante para nosotros. fue escrita hace mucho tiempo. Pero lo que nos enseña lo podemos aplicar a hechos y cosas que suceden hoy día. Nos dice también lo que Dios hará al fin de los tiempos. Todo lo que dice la Biblia es interesante y nos da una esperanza maravillosa.

La Biblia nos dice también como quiere Dios que vivamos. Nos dice lo que está bien y lo que está mal. Tú has de saberlo y yo también. Todos debemos saberlo. Nos explica la historia de personas que obraron mal y lo que pasó con ellas. Así podremos evitar el mal. También nos dice que hubo otras personas que hicieron el bien y que Dios las amó mucho y las hizo felices. De esta manera nos invita también a nosotros a obrar el bien. Puedes leer la Biblia, solo o con los amigos, con tus padres y con tus hermanos. Cuando recibimos una carta de alguien que queremos mucho la leemos y la volvemos a leer, porque tiene un gran valor para nosotros. Así debe ser también con la Biblia, porque es la carta de Dios, Aquél que más nos ama. Seguramente habrá algunas cosas de la Biblia que no entiendas, entonces puedes ir a preguntar a tu párroco, a otro sacerdote que conozcas, a un catequista o a una persona experta. Ellos, con mucho gusto, te lo explicarán.

 

 

1. Jesús, nuestro maestro

¿Te gusta que tus padres, tus abuelos y tus maestros te expliquen historias?, ¿te gusta leer cómics, ver la televisión o pasar un rato ante el ordenador, donde leemos y vemos las aventuras de nuestros héroes preferidos? Yo quiero explicarte la historia de un hombre que enseñó lo mejor que se haya podido enseñar jamás y que realizó obras muy grandes. Este hombre es Jesús de Nazaret y vivió en la Tierra hace dos mil años, ¿te parece mucho tiempo? Pues hay muchas personas en todo el mundo que aún escuchan sus enseñanzas y quieren vivir según su Evangelio: son los cristianos, hombres y mujeres que tienen a Jesucristo como Maestro y Salvador.

Las historias que Jesús explicaba hacían pensar a la gente. Si las personas que lo escuchaban pensaban mucho en lo que Jesús decía, sus vidas cambiaban y podían ver las cosas de un modo diferente. Todo lo que decía Jesús era verdad.

Ningún otro hombre sabía más que Jesús. Él es el mejor maestro que haya podido existir jamás. Nosotros aprendemos muchas cosas de otros personas; pero las más importantes las podemos aprender de Jesús.

Jesús era un gran maestro porque escuchaba. Sabía lo importante que es escuchar. Pero, ¿a quién escuchaba Jesús? Jesús escuchaba a Dios, su Padre celestial. Jesucristo ya existía antes de nacer como un hombre aquí en la Tierra, ya que Él es el Hijo de Dios. Por eso, Jesús era diferente a los demás hombres, puesto que ningún otro ser humano ha vivido en el cielo antes de nacer en la Tierra. Lo que Él vivió con el Padre lo enseñó a la gente cuando vino al mundo. Si tú escuchas a tu padre y a tu madre y les haces caso, entonces puedes imitar lo que hacía Jesús.

Otra cosa que hacía de Jesús un gran maestro es que amaba a la gente. Jesús quería ayudar todo el mundo a aprender el camino del Reino de Dios. Jesús amaba las personas mayores. Pero, ¿y a los niños?, ¿los amaba también? ¡Claro que sí! Y a los niños les gustaba mucho estar a su lado, porque les hablaba y además escuchaba lo que ellos le decían.

Un día, unos padres llevaron sus hijos ante Jesús. Pero los discípulos pensaban que el Maestro estaba cansado y no tenía ganas de ser molestado, por esto les dijeron que lo mejor que podían hacer era marcharse y dejar tranquilo a Jesús, porque el Maestro estaba demasiado ocupado como para hablar con niños. ¿Y qué dijo Jesús? Jesús dijo lo contrario: Dejad a los niños y no les impidáis que vengan a mí, porque de los que son como ellos es el Reino de los cielos (Mateo 19, 14). Aunque Jesús fuera tan sabio y tuviera muchas cosas importantes que hacer, le gustaba tener tiempo para enseñar a los niños.

Jesús era un gran maestro porque sabía hacer interesante lo que decía. Hablaba con ejemplos de cosas cotidianas para ayudar a la gente a entender las cosas de Dios. Un día, pronunció un sermón ante un grupo numeroso de personas que se reunieron a su alrededor, en la falda de una montaña. Por esto se llama "el Sermón de la Montaña".

En el Sermón de la Montaña, Jesús dijo a la gente: Fijaos en las aves del cielo; ni siembran ni siegan ni recogen en graneros, y sin embargo vuestro Padre celestial las alimenta. ¿no valéis vosotros mucho más que ellas? (Mateo 6, 26). Jesús también dijo: Y del vestido, ¿por qué os preocupáis? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: no se afanan ni hilan; y sin embargo, os digo que ni Salomón en todo su esplendor se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba que hoy está en el campo y mañana se echa al horno, Dios la viste así, ¿qué no hará por vosotros, hombres de poca fe? (Mateo 6, 28-30). ¿Qué lección crees tú que podemos aprender? ¿Entiendes la lección que Jesús nos estaba enseñando? Él no quería que nos preocupáramos pensando dónde conseguiríamos el alimento y el vestido. Dios sabe bien que necesitamos todo eso. Jesús no dijo nunca que no tuviéramos que trabajar para alimentarnos y vestirnos; lo que enseñó fue más bien que, en todo lo que hacemos, debemos poner a Dios en primer lugar. Si lo hacemos así, Dios se encargará de que nunca nos falte nada, ¿lo crees de veras?

A la gente le gustaba mucho el estilo de enseñar de Jesús. Se quedaba asombrada. Se hacía interesante oír a Jesús. Y todo lo que Él decía ayudaba a la gente a obrar el bien.

Es muy importante que nosotros también le escuchemos. Pero, ¿cómo podemos hacerlo? Tenemos las enseñanzas de Jesús recogidas en un libro. ¿Sabes cuál es? Es la Sagrada Biblia. Los sacerdotes, los catequistas y los maestros nos hablan de Jesús y nos explican lo que Él enseñó. Podemos escuchar a Jesús escuchando lo que ellos nos dicen y prestando atención a las palabras de la Biblia.

El mismo Dios nos dice que debemos escuchar a Jesús. Un día, cuando Jesús estaba en lo alto de una montaña con tres de sus amigos, se oyó una voz del cielo que decía: Este es mi Hijo amado, en quien me complazco, escuchadlo (podéis ver Mateo 17, 1-5). ¿De quién era esta voz? ¡Era la voz de Dios! Dios nos dice que hemos de escuchar a su Hijo.

¿Quieres escuchar al Maestro Jesucristo? Es lo que todos tendríamos que hacer. Sí lo hacemos, seremos muy felices. Y también nos sentiremos felices si contamos a nuestros amigos todas las cosas buenas que aprendemos de Jesús.

 

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